" TRABAJAR LA MADERA ES UN HERMOSO PRIVILEGIO Y A TRAVÉS DE ELLA HE CONSEGUIDO CONVERTIR MI PASIÓN POR EL ENTORNO QUE ME RODEA EN INSPIRACIÓN PARA LLEVAR A CABO CADA UNA DE MIS CREACIONES. "
D ice la dendrocronología que las anillas concéntricas del tronco del árbol representan la memoria de lo vivido. En ellas se puede ver el paso de las estaciones, las plagas y los incendios que lo sacudieron, recuerdan los períodos de glaciaciones e incluso los terremotos. Los más poetas equiparan el árbol con la piedra Rosetta, pues en las cicatrices de su cuerpo se descubre el idioma de la naturaleza. En su taller, arropado por un manto de acacias y frondosos pinos, el artista argentino Agustín Leiro nos habla del hermoso privilegio que es trabajar la madera, de cómo en sus vetas, los nudos y las marcas se refleja la historia y la importancia de exponerlo en la pieza. Bajo el influjo de los atardeceres, las flores y los infinitos colores que se desprenden del área de Chapadmalal, Agustín ha fortalecido su pasión por este arte. La inspiración que emana de esta sorprendente tierra de la provincia de Buenos Aires ha favorecido que allí encontrara su esencia. Hoy, repasamos juntos “un camino lleno de aventuras y desafíos. Un camino de aprendizaje, de entrega y disfrute”.
Tenía tan solo veintidós años cuando trabajaba en el negocio familiar, ninguno de los estudios que había probado le habían motivado lo suficiente para dedicarse a ellos. Para restar presión a su carga laboral comenzó a utilizar la cámara de su padre y a tomar cursos de fotografía. “Creo que fue cuando vislumbré a través del arte una motivación. Me conectó con la escuela donde me esforzaba mucho en plástica, una materia que amaba. Creo que las señales estuvieron siempre y quizá en alguna de estas crisis que trae la vida junté el coraje para poco a poco tomar este camino”. Su entrada en el mundo de la madera llegó a través de la restauración de muebles junto a su pareja. Cuando su amigo Ignacio Calvi se trasladó a su taller en Buenos Aires observó que laboraba de manera diferente, que sus herramientas eran otras y su comprensión del oficio también. Agustín absorbió sus enseñanzas y se inició en un proceso interno. Tras ello, llegó el curso de carpintería con Gonzalo Arbutti. Le cautivó lo lúdico que podía ser este oficio y le empujó a seguir, a ir más allá. Regresó a su taller y empezó a hacer tablas para gastronomía. Con la primera que hizo lo comprendió, “allí estaba impreso mi carácter, mi estilo y la madera se convirtió en mi medio”.
Hacer tablas gastronómicas, le mostró que primero debía llegar la pieza del árbol, después la idea. “Dibujar directamente sobre la madera e ir buscando resaltar con el diseño esas partes que me interesaban me dio muchísima confianza porque conseguía resultados increíbles, mucho más expresivos”. En el momento de trabajarla se considera bastante plástico. Usa la amoladora, con ella va devastando el material dando suma importancia a los filos. Durante el pulido resalta el carácter de la pieza. “Para las tablas elijo maderas duras. Me encanta meterme en las madereras y buscar recortes, quizá piezas rotas o con detalles. Muchas veces esquivar e incorporar algunos muy bruscos me ha dado resultados muy bonitos”, nos cuenta el artista argentino. Cuando hablamos de los tipos de madera Agustín Leiro nos dice que para las piezas de pared se decanta por el kiri y que le encantan cómo lucen las vetas de la madera del paraíso al ser quemadas. También nos habla de la hermosa madera del pino lambertiano de la zona, de los bellos tonos de la acacia negra y de la textura del álamo, una superficie cuyo efecto le recuerda a la del mármol.
Cuando en Ikigai Magazine conversamos sobre el camino recorrido y si en algún momento se planteó abandonar Agustín se ríe, suspira y confiesa: “miles, me costó mucho y me sigue costando. Ya llevo diez años en esto y cada día es un desafío nuevo. Quizá hoy saber que somos un equipo me da mucha tranquilidad y motivación”. Al echar la vista atrás es inevitable recordar a sus padres, a la infancia que le dieron y al enorme esfuerzo que hicieron. “Hoy se traduce en mi desarrollo personal y mi confianza en este camino”. En la actualidad el artista se encuentra en un momento de bastante movimiento, pero también de seguridad y esperanza firme en los procesos, en su ser y en quienes le rodean. En Chapadmalal ha encontrado una conexión profunda y llena de significado. Nos despedimos deseando que sus palabras enraícen e impulsen a quienes dan sus primeros pasos, “el arte es un regalo que nos da la vida, qué más lindo que darle un lugar en la nuestra”.
Texto: Clara Colorado
Fotografías:
" TRABAJAR LA MADERA ES UN HERMOSO PRIVILEGIO Y A TRAVÉS DE ELLA HE CONSEGUIDO CONVERTIR MI PASIÓN POR EL ENTORNO QUE ME RODEA EN INSPIRACIÓN PARA LLEVAR A CABO CADA UNA DE MIS CREACIONES. "
D ice la dendrocronología que las anillas concéntricas del tronco del árbol representan la memoria de lo vivido. En ellas se puede ver el paso de las estaciones, las plagas y los incendios que lo sacudieron, recuerdan los períodos de glaciaciones e incluso los terremotos. Los más poetas equiparan el árbol con la piedra Rosetta, pues en las cicatrices de su cuerpo se descubre el idioma de la naturaleza. En su taller, arropado por un manto de acacias y frondosos pinos, el artista argentino Agustín Leiro nos habla del hermoso privilegio que es trabajar la madera, de cómo en sus vetas, los nudos y las marcas se refleja la historia y la importancia de exponerlo en la pieza. Bajo el influjo de los atardeceres, las flores y los infinitos colores que se desprenden del área de Chapadmalal, Agustín ha fortalecido su pasión por este arte. La inspiración que emana de esta sorprendente tierra de la provincia de Buenos Aires ha favorecido que allí encontrara su esencia. Hoy, repasamos juntos “un camino lleno de aventuras y desafíos. Un camino de aprendizaje, de entrega y disfrute”.
Tenía tan solo veintidós años cuando trabajaba en el negocio familiar, ninguno de los estudios que había probado le habían motivado lo suficiente para dedicarse a ellos. Para restar presión a su carga laboral comenzó a utilizar la cámara de su padre y a tomar cursos de fotografía. “Creo que fue cuando vislumbré a través del arte una motivación. Me conectó con la escuela donde me esforzaba mucho en plástica, una materia que amaba. Creo que las señales estuvieron siempre y quizá en alguna de estas crisis que trae la vida junté el coraje para poco a poco tomar este camino”. Su entrada en el mundo de la madera llegó a través de la restauración de muebles junto a su pareja. Cuando su amigo Ignacio Calvi se trasladó a su taller en Buenos Aires observó que laboraba de manera diferente, que sus herramientas eran otras y su comprensión del oficio también. Agustín absorbió sus enseñanzas y se inició en un proceso interno. Tras ello, llegó el curso de carpintería con Gonzalo Arbutti. Le cautivó lo lúdico que podía ser este oficio y le empujó a seguir, a ir más allá. Regresó a su taller y empezó a hacer tablas para gastronomía. Con la primera que hizo lo comprendió, “allí estaba impreso mi carácter, mi estilo y la madera se convirtió en mi medio”.
Hacer tablas gastronómicas, le mostró que primero debía llegar la pieza del árbol, después la idea. “Dibujar directamente sobre la madera e ir buscando resaltar con el diseño esas partes que me interesaban me dio muchísima confianza porque conseguía resultados increíbles, mucho más expresivos”. En el momento de trabajarla se considera bastante plástico. Usa la amoladora, con ella va devastando el material dando suma importancia a los filos. Durante el pulido resalta el carácter de la pieza. “Para las tablas elijo maderas duras. Me encanta meterme en las madereras y buscar recortes, quizá piezas rotas o con detalles. Muchas veces esquivar e incorporar algunos muy bruscos me ha dado resultados muy bonitos”, nos cuenta el artista argentino. Cuando hablamos de los tipos de madera Agustín Leiro nos dice que para las piezas de pared se decanta por el kiri y que le encantan cómo lucen las vetas de la madera del paraíso al ser quemadas. También nos habla de la hermosa madera del pino lambertiano de la zona, de los bellos tonos de la acacia negra y de la textura del álamo, una superficie cuyo efecto le recuerda a la del mármol.
Cuando en Ikigai Magazine conversamos sobre el camino recorrido y si en algún momento se planteó abandonar Agustín se ríe, suspira y confiesa: “miles, me costó mucho y me sigue costando. Ya llevo diez años en esto y cada día es un desafío nuevo. Quizá hoy saber que somos un equipo me da mucha tranquilidad y motivación”. Al echar la vista atrás es inevitable recordar a sus padres, a la infancia que le dieron y al enorme esfuerzo que hicieron. “Hoy se traduce en mi desarrollo personal y mi confianza en este camino”. En la actualidad el artista se encuentra en un momento de bastante movimiento, pero también de seguridad y esperanza firme en los procesos, en su ser y en quienes le rodean. En Chapadmalal ha encontrado una conexión profunda y llena de significado. Nos despedimos deseando que sus palabras enraícen e impulsen a quienes dan sus primeros pasos, “el arte es un regalo que nos da la vida, qué más lindo que darle un lugar en la nuestra”.
Texto: Clara Colorado
Fotografías: